Si realmente hay algo que le parece rechazable al ministro Wert en el programa de Educación para la Ciudadanía, el ministro debería haberlo señalado en lugar de acudir al texto de unos particulares que en modo alguno representan lo que pretende el diseño de esa materia.
Por lo visto el pecado de la asignatura fulminada es el adoctrinamiento, que ofende la libertad ideológica de los padres. En cuanto individuos privados, los padres que le tocan en suerte al educando pueden ser racistas, enemigos de la igualdad entre los sexos, partidarios de prohibir como delitos todo lo que su iglesia considera pecado, favorables a la lucha armada contra el Estado con fines revolucionarios, creyentes en la necesidad de abolir la propiedad privada de los medios de producción o la libertad de prensa, etc… Pero la educación pública no puede respetar por igual todas estas actitudes sino que debe exponer y argumentar a los escolares la alternativa constitucional de la democracia vigente a todas ellas.
Lo que en cambio no cabe –es decir, no debería caber– en la educación pública es la catequesis en dogmas religiosos (o ideológicos planteados como artículo de fe y no de razón). Las convicciones religiosas son un derecho de cada cual, pero no una obligación de nadie ni aún menos el único fundamento de los valores que todos debemos asumir. Hay otros lugares más adecuados que la escuela para impartirlos a quien desee aprenderlos. Desdichadamente, la oposición cerril a la asignatura de Educación para la Ciudadanía no viene realmente de los que recelan del adoctrinamiento sino de los partidarios de volver al catecismo. Y es una muy mala noticia que el recién llegado ministro de Educación esté dispuesto (o quizá se vea obligado) desde el primer día a darles gusto.
Fernando Savater en El Correo de ayer
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