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Nadie pretende crear una generación de personas incapaces de memorizar, sino ser capaz de evaluar sin necesidad de convertir ese proceso de evaluación en una prueba circense de quien es capaz de memorizar más a corto plazo para olvidarlo posteriormente a los pocos días. El mejor juez o el mejor notario no son los que más y mejor memorizan tras un maratón de varios años leyendo y repitiendo textos, sino aquellos que entienden mejor su trabajo y aplican mejor, en su contexto, unas normas que han entendido y que, con el tiempo y la reiteración, puede que terminen memorizando.
La solución a la educación no es introducir tecnología. Es adaptar los flujos educativos a los nuevos tiempos, modificar la unidireccionalidad para promover el pensamiento crítico, utilizar metodologías basadas en la discusión, en la practicidad, en talleres y workshops que den lugar a una actitud activa en lugar de pasiva, y utilizar el tiempo de clase no para “dar apuntes” o para repetir ideas, sino para generar verdadero valor basado en la interacción.
Un cambio que, lógicamente, supone una adaptación del profesorado como implica también un nuevo papel para los padres que no suponga una dejación de sus responsabilidades, pero que no necesariamente consiste en enseñarles tecnología, sino en un cambio mucho más profundo, en un nuevo modelo de enseñanza. Un cambio en el que, como sociedad, nos jugamos mucho.
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