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A pesar de las enormes exigencias a las que debe enfrentarse hoy el sistema escolar (era digital, crisis jerárquica, integración de la diferencia, inmigración), el sistema de inmersión puede considerarse un buen método.
Y a pesar de ello, debería revisarse. Han pasado ya muchos años y ha llegado el momento de evaluar si, al margen de la bondad del sistema (que, a pesar de las críticas de Ciudadanos, la mayoría social apoya y la comunidad escolar avala), hay que introducir algunas correcciones.
Por una parte, hay que reforzar la función simbólica de la lengua castellana, situada por el sistema actual en un plano de estricta asignatura.
Por otra, hay que reforzar el inglés, lingua franca mundial que se sigue atragantando a nuestros jóvenes.
Pero la revisión de una ley tan delicada no puede venir impuesta desde el exterior de las sociedades catalana o vasca, que tienen competencias exclusivas en educación. Entrar en la cristalería de la educación por la puerta falsa del 155 es una irresponsabilidad. Equivale a rociar con gasolina un incendio que puede quedar definitivamente fuera de control.
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