Recogido de "Profesor en la secundaria" |
Estos días los americanos celebraban eufóricos su muerte y no se recataban en su entusiasmo. Unos alumnos de segundo de ESO me preguntaban hoy con insistencia si yo me alegraba de que lo hubieran matado. ¿Qué podía decirles? No sentía alegría. Era algo más complejo, no lo he tomado como un asunto personal. Me he dado cuenta de que no lo odiaba y que no me alegraba de su muerte. ¿Cómo voy alegrarme de la muerte de nadie por abyecto que sea? Me resultaría impúdico hacer aflorar mis sentimientos hallando satisfacción en la muerte. He pensado sobre ello y me ha llevado a la idea de encadenamiento de causalidades.
América fomentó y financió el surgimiento del mecanismo del horror que luego le golpearía en su corazón. Un acto terrorista apocalíptico derribó a las Torres Gemelas, desencadenó dos guerras que todavía no han acabado y ha producido la muerte de centenares de miles de vidas de civiles inocentes, así como de más de tres mil soldados americanos. Ahora parece cumplirse la justicia poética y el malvado ha recibido su merecido y hasta su cadáver ya es pasto de los peces. ¿Acabará ahí la espiral de causalidades? ¿O hay ya seres humanos que serán las próximas víctimas y que ya caminan con la señal de la venganza por su muerte en la frente?
La historia humana es cíclica y enigmática. Nada alcanza a sugerir qué pasará en los próximos años, ni si esta muerte ha sido el final de un ciclo o el comienzo de otro. Hay veces que la muerte violenta erige símbolos que son más difíciles de combatir que los personajes reales.
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