miércoles, 25 de marzo de 2015

Pello Salaburu: El adoctrinamiento religioso, aceptado de forma voluntaria, debe formar parte de la esfera privada, jamás de la pública.

Excelente artículo del profesor Pello  Salaburu, publicado hace unas semanas en Vocento:

En 2010 se le diagnosticó cáncer de esófago al brillante ensayista Christopher Hitchens. Sabedor de su próxima muerte, se dispuso a escribir su último libro, ‘Mortalidad’. Fue publicado en 2012, cuando ya no vivía. Hitchens se había caracterizado, entre otras cosas, por su defensa pública del ateísmo y porque se había atrevido a tocar muchos temas tabú relacionados con la religión (‘Dios no es bueno’, es otro de sus libros), así como a desmontar, con sólidos argumentos y datos bien contrastados, historias relacionadas con la religión, que se nos han presentado, y se siguen presentando aún, como modélicas: la historia de la madre Teresa de Calcuta, por poner un ejemplo. Por otro lado, Hitchens era amigo de Francis S. Collins, quien lo visitaría varias veces a lo largo de su enfermedad y con quien mantenía vivas discusiones. Collins es un reputado científico que dirigió durante nueve años el Proyecto Genoma Humano y una persona que hace gala pública de su fe. El título de uno de sus libros, ‘¿Cómo habla Dios? La evidencia científica de la fe’, es más que significativo. Lo leí con interés, y me sirvió para ratificar mis propias creencias, es decir, la no creencia. Aunque personalmente me sienta en este tema mucho más cerca de Hitchens, permítaseme romper una lanza en favor de esa relación educada, y seguro que exitosa, entre personas que abordan el hecho religioso desde el respeto y la diferencia. Entre nosotros, por el contrario, hay una prevalencia por hacer las cosas un poco más a la brava.


El lento pero constante ataque del ministro Wert contra el sentido común y la educación, así como sus arremetidas contra la ciencia y el respeto que los ciudadanos nos merecemos va dando sus frutos. Su última perla ha consistido en fijar las condiciones en las que a partir de ahora se va a cursar la asignatura de religión en las aulas: será materia evaluable, contará como nota media y valdrá para obtener una beca. También contribuirá a desorientar por completo a los estudiantes.
Las religiones han tenido un peso muy grande en la historia de las sociedades: basta ver lo que está sucediendo en estos momentos con los islamistas del EI. Forman parte de nuestra cultura, tienen aspectos positivos –supongo–, y muchos negativos –es evidente–, y como tal, el hecho religioso debería ser estudiado en las aulas. Partiendo de esa premisa Wert ha dado un pasito más: aquí nos vamos a instruir en la religión católica, siguiendo, además, al pie de la letra, los dictados de la Conferencia Episcopal. Quienes no sean católicos practicantes (la inmensa mayoría de la población, basta abrir los ojos) quienes no crean en nada, o quienes pertenezcan a otras religiones, merecedoras del mismo respeto que la católica, tendrán que aceptar ser tratados como ciudadanos de segunda. Toma Estado laico.
La religión pertenece al ámbito privado de las personas, pero tiene numerosas, aunque cada vez menos frecuentes, manifestaciones públicas. Es en ese ámbito privado en el que debería ser regulado por los propios creyentes y afiliados, dejándonos en esa paz, que tanto predican, al resto de los ciudadanos. Por desgracia, no va a ser el caso. En adelante, un niño verá cómo se le valora en sus exámenes si reconoce «con asombro y se esfuerza por comprender el origen divino del cosmos y distingue que no proviene del caos y el azar». Tras haber dedicado horas a estudiar lo que Darwin con tanta finura, tanto esfuerzo y tanta dedicación nos enseñó, deberá saber a la hora siguiente que no, que eso no es así, que es Dios quien interviene en la historia poniendo las cosas en su sitio. Wert ha llevado la catequesis al aula. Se trata de un ataque directo y despiadado a la ciencia. No vivimos mejor gracias a la religión (gracias a la religión se ha matado de forma más eficaz, en todo caso) sino gracias a la ciencia, que es la que ha obrado el milagro nada religioso de que podamos vivir, para empezar, muchos más años, y también mucho mejor, en la medida en que sus descubrimientos sean aplicables a todos los seres humanos. La iglesia castigó a Galileo, y ahora la iglesia española, de la mano de un entusiasta Wert, va a castigar a los niños que acuden a formarse a las aulas. El profesor de biología, de física o de historia, contratado tras un proceso de selección más o menos riguroso, se afanará en explicar lo que la ciencia ha llegado a saber tras muchos años de ensayo, de contraste, y de rigor metodológico. Luego, tras un pequeño descanso, otra persona, pagada con impuestos de creyentes y no creyentes y seleccionada directamente en el obispado, catequizará al niño y le mostrará que «nadie es capaz de alcanzar por sí mismo la felicidad». También les aclarará, en contra de lo que ha enseñado el profesor de historia, que la mala fortuna de Servet y Galileo (incluidos en el temario religioso) se debió al conflicto, a las circunstancias. Un destino insoslayable, vaya. Y añadirá, por si fuera poco, que parte de lo que dice la ciencia no es cierto y otra parte es tan solo un misterio. Un misterio que queda aclarado de forma definitiva si aceptamos que todo lo que desconocemos tiene origen divino. En el expediente escolar contarán la biología y el catecismo. Me pregunto dónde están nuestros científicos creyentes para denunciar esta impostura y reclamar que se coloquen las cosas en su sitio: el Rolex en la relojería y las setas en el monte. Dónde los sacerdotes que no comparten esta barbaridad. El adoctrinamiento religioso, aceptado de forma voluntaria, debe formar parte de la esfera privada, jamás de la pública. Ante este castigo nada divino confío en encontrarme con Hitchens en el futuro, y hacerle así compañía en el infierno. Y espero que no aparezca Wert por allí con el catecismo del padre Astete.

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