Siempre he tenido la desagradable sensación de que en este país (a diferencia de lo que ocurre en otros muchos) se ha denigrado a los profesores desde antiguo a causa de una inveterada y cerril desconfianza hacia el conocimiento que, si observamos con atención, veremos que perdura todavía.
En la actualidad, los enseñantes, además de enseñar, tenemos que ejercer de tutores, psicólogos familiares (cuando no psiquiatras), animadores culturales, críticos de televisión, defensores y portadores de unos valores que todo el mundo defiende, pero casi nadie lleva a la práctica, dinamizadores de la creatividad, la solidaridad y el pacifismo, educadores medioambientales, transmisores de hábitos alimentarios saludables, monitores de ocio y vigilantes jurados sin armas.
Y todo ello además con el carisma de un actor de cine, la capacidad de mando de un capitán de fragata y la paciencia infinita de un santón.
Cada vez pedimos a los profesores que realicen más papeles. Eso sí, sin perder los papeles. Ah, y rellenando papeles y más papeles.
(Chivite en Vocento)
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