La Organización Mundial de la Salud (OMS) -que ha redactado varios esclarecedores documentos sobre campos electromagnéticos y salud pública- admitió, en diciembre de 2005, que hay personas que dicen sufrir problemas de salud por su exposición a los campos electromagnéticos y que los síntomas son no específicos (enrojecimientos de la piel, sensación de quemazón, fatiga, palpitaciones, náuseas...), aunque pueden llegar a resultar discapacitantes. Pero concluyó que "no hay bases científicas para vincular la hipersensibilidad electromagnética con la exposición a los campos electromagnéticos. Es más, la hipersensiblidad electromagnética no es un diagnóstico médico, ni está claro que represente un problema médico individual". En mayo de 2006, la OMS dictaminó, además, que, "teniendo en cuenta los muy bajos niveles de exposición y los resultados de investigaciones reunidos hasta el momento, no hay ninguna prueba científica convincente de que las débiles señales de radiofrecuencia procedentes de las estaciones de base y de las redes inalámbricas tengan efectos adversos en la salud". Todos los estudios científicos apuntan, por tanto, a que lahipersensibilidad electromagnética tiene tanta relación con las emisiones electromagnéticas como una posible asfixia en el tren con la velocidad a la que éste circula. Ésa es la realidad; no lo que sostienen Covace y sus socios. Investigaciones independientes ha habido muchas y todas han dado el mismo resultado: no hay prueba alguna de que las radiaciones de las antenas telefonía y la Wi-Fi resulten perjudiciales para la salud.
Cualquier día aparecerá en Euskadi un grupo de vecinos que, respaldado por partidos políticos y sindicatos, pedirá la prohibición del mucho más peligroso monóxido de dihidrógeno, una sustancia con la que estamos en contacto a diario y que, entre otras cosas, es también conocida como ácido hídrico y es el principal componente de la lluvia ácida; está presente en todos los lagos, ríos y océanos del planeta; corroe el metal; puede causar graves quemaduras; contribuye al efecto invernadero y a la erosión; ha sido encontrada en tumores cancerígenos; y puede provocar fallos en los frenos de los coches y accidentes mortales. ¿Habrá que esperar a que nazca la Coordinadora Vasca de Afectados por el Monóxido de Dihidrógeno para que nuestras instituciones se den cuenta de una vez de que no está científicamente probada la inocuidad del agua? Porque está claro que el agua, o monóxido de dihidrógeno, es más peligrosa que la Wi-Fi, ¿no?
Seamos serios: la sinrazón electromagnética es, como la oposición a los transgénicos, una prueba de la peligrosa explotación de la incultura científica por parte de partidos políticos, sindicatos y organizaciones presuntamente ecologistas. ¡Ojalá no sólo entre la Internet inalámbrica en la escuela vasca, sino también el pensamiento crítico, y las futuras generaciones sean menos ignorantes en ciencia y tecnología que las actuales!
(Recogido del blog de Luis Alfonso Gámez "Magonia")
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