A veces, en el momento menos pensado, algo así como dicen que le sucedió a Newton con la manzana, sale a la palestra, una vez más, la cuestión de la ciencia. Nos acordamos de ella cuando tenemos algún problemilla que resolver.
Vivimos en un país, Euskadi, y en un estado, España, que hasta hace pocas décadas podríamos denominar como “de escasamente estimulados y estimuladores del desarrollo de la ciencia”, contábamos con una comunidad científica escasa o poco numerosa, poco motivada económicamente y, en consecuencia, muy obligada a “viajar” para mantener el nivel. Las cosas van cambiando, afortunadamente, aunque a un ritmo más lento del que casi todos desearíamos.
Pero vivimos también en un mundo en el que la ciencia y la tecnología están en todas las partes de nuestra vida cotidiana, una situación que origina a veces una indefensión inversamente proporcional a nuestro grado de familiaridad con esa ciencia y esa tecnología.
A lo largo de la historia, la ciencia y la tecnología han liberado a la especie humana de creencias sobrenaturales y de mitos que mantenían a la gente presa de ideas erróneas y ha ayudado a la humanidad a dotarle de instrumentos para integrarse mejor en la naturaleza que le rodea, con mayor conocimiento de la misma, aunque a veces, esos instrumentos hayan sido mal utilizados.
Pero la confianza en la ciencia y en la tecnología no debe de llevarnos a pensar que en ellas encontraremos todo tipo de soluciones, ni que podemos abusar de las actuaciones negativas para el planeta. Unas actuaciones que habitualmente realizamos porque pensamos que luego, con el desarrollo de las tecnologías, pondremos solución, por ejemplo, a nuestras actuales fechorías medio ambientales. Y no. Espero que esta semana también nos ayude a concienciarnos de ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario