A. Mira qué bonito perro tengo, vale dos millones de euros.
B. Ostras, ¿cómo es que sabes que vale dos millones?
A. Porque lo cambié por dos gatos de un millón cada uno.
B. Ah, vale, es muy guapo, yo te lo compraría, pero no tengo para pagarlo.
A. Pues pide un préstamo, es un activo que vale dos millones.
B. Pero no puedo, no podría ni pagar las cuotas.
A. No importa, el prestamista sabe que si este perro hoy vale dos, en poco tiempo valdrá cinco. Así que pídele cuatro, me das dos, con ese dinero me pagas el perro, te quedas con dos para comprarte un Hummer y pagar las cuotas los primeros años. Luego si no te alcanza vendes el perro por los cinco que valdrá, le devuelves al prestamista lo que queda y todavía te sobrará dinero. En todo ese tiempo tendrás el perro y la pasarás de puta madre.
El prestamista le da a B cuatro millones de euros. B compra el perro a A, se quedan con dos millones cada uno, B se compra un Hummer y ambos se dedican a vivir bien gracias al “gran valor” de los perros y gatos.
Meses después todos se dan cuenta que las mascotas no pueden valer dos millones, sólo unos 1000 euros como máximo.
Resultado: El dinero no desapareció, lo tienen A y B, pero B ahora tiene serios problemas porque debe cuatro millones que nunca podrá pagar completamente porque sólo le queda menos de dos millones. En cambio A sigue con sus dos millones que nadie les quitará.
El problema es que posiblemente el prestamista esté casi arruinado por el negocio, eso lo sabemos, lo que nunca nos dirán es quiénes son los Aes de la historia
La solución: Dar más dinero al prestamista así mantiene el negocio hasta que la gente crea que los perros valen otra vez dos millones y que seguirán subiendo.
El problema es que quizás nunca se vuelvan a creer que los perros valgan dos millones. En este caso el prestamista sobrevivirá con las ayudas, A seguirá viviendo bien, B morirá muy endeudado.
Recogido de "El blog de Galli, de Software libre".
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