miércoles, 5 de noviembre de 2008

Jornada sin tregua

L a polémica de estos días sobre el horario escolar está salpicada de prejuicios y recelos. De hecho, desde hace más de veinticinco años es un tema tabú en Euskadi (no en otros lugares donde ese debate ya ha surgido, e incluso resuelto, hace tiempo).
Los estudiantes de hoy no son los de hace veinticinco años, ni los currículos actuales, ni los servicios que se ofertan en los centros, pero ello no evita que la jornada continuada siga siendo estigmatizada. Tanto que un centro modélico puede dejar de ser un buen ejemplo simplemente porque su horario no se ajusta a un estándar arcaico.
¿Qué inconveniente serio puede existir para que una comunidad educativa en la que todos sus estamentos están casi unánimemente a favor (con un nivel de acuerdo superior al 80% o al 90%) establezca dentro de los parámetros de días y horas anuales fijados legalmente, una organización horaria u otra?
Si la autonomía es un valor en la organización escolar, resulta ridículo que un centro pueda dedicar más o menos horas a tal o cual asignatura, y no tenga capacidad para distribuir la jornada a lo largo del día.
En buena medida, el tema resulta tabú porque la fuerte competencia entre redes educativas impulsa a los centros a intentar extender su oferta, incluyendo en ella el horario de apertura y cierre, al estilo de las grandes superficies comerciales.
Nadie quiere aparecer en contra de una corriente que posiblemente permite a muchos padres sobrellevar mejor su carga laboral, pero que descarga en los chavales una jornada que asustaría a cualquier trabajador. La educación se ha llenado de servicios y los servicios de usuarios. Diez horas seguidas en el centro educativo empieza a ser la media que muchos estudiantes llevan sobre sus espaldas.
Se dice que los profesores promueven otra organización horaria para conseguir una ventaja laboral. Pues bien, habrá docentes a los que les venga personalmente mejor una jornada continuada, y también a los que no les venga tan bien por múltiples motivos. Pero pocos docentes dirán que tiene mayor productividad una sexta sesión dada por la tarde que la sexta dada por la mañana, no al menos con el mismo formato de clase.
La polémica sobre la fijación de la tregua escolar en su sentido superficial de mera interrupción de clases oculta otras reflexiones sobre su significado profundo de descanso real. Se me ocurren varias y muy distintas. ¿Debemos poner límites a que un alumno o alumna permanezca recluido en un recinto escolar de la mañana a la noche? ¿Están los centros diseñados para alternar espacios de trabajo y de descanso? ¿Hay encaje entre las actividades para escolares y los proyectos educativos? ¿Son coherentes los nuevos currículos con los antiguos horarios?

 

1 comentario:

Berta dijo...

Un artículo muy acertado y con el que coincido plenamente.
Un saludo,
Berta